ARISTîFANES

 

LA ASAMBLEA DE LAS MUJERES

 

 

 

 

 

 

 

 

Traducci—n de Francisco Rodr’guez Adrados

Adaptaci—n de Carlos Alcalde Mart’n, Raœl Caballero S‡nchez y Juan Francisco Martos Montiel

Recreaci—n de los coros y canciones por Juan Francisco Martos Montiel

 

 


 

 

PERSONAJES

PRAXçGORA, hero’na de la pieza

MUJER A

MUJER B

BLƒPIRO, marido de Prax‡gora

VECINO, marido de la mujer A

CREMES

HOMBRE A

HOMBRE B

MUJER HERALDO

VIEJA 1

VIEJA 2

VIEJA 3

LA JOVEN

EL JOVEN

SIRVIENTA

CORO DE MUJERES

PERSONAJES MUDOS: FLAUTISTA, SICîN Y PARMENîN (esclavos del HOMBRE A), BAILARINAS.


 

PRIMERA PARTE

 

(La escena representa una plaza de Atenas con dos casas: la de BLƒPI­RO y la de su VECINO.)

 

I

 

PRAXçGORA. (Sale sola ante su casa, con su candil; aœn es de noche. Va vestida de hombre, con bast—n y sandalias lacon’as; bajo el brazo, lleva una barba postiza. Declama diri­giŽndose al candil.)

Ojo brillante del candil trabajado por el torno, hallazgo el m‡s hermoso de inventores certeros, lanza la se–al convenida de tu llama. Pues s—lo a ti te lo explicamos: con raz—n, pues tambiŽn cuando nos entregamos, dentro de nuestra al­coba, a los meneos de Afrodita, nos acompa–as all’ cerca, y a tu ojo que vigila los cuerpos nuestros que se arquean na­die lo echa de su casa. De nuestros muslos en los secretos ‡ngulos tœ solo echas tu luz mientras chamuscas el vello que florece all’; y cuando abrimos a hurtadillas las despen­sas llenas de grano y de licor de Baco, est‡s a nuestro lado: y haciendo esto con nosotras, no se lo cuentas al vecino. Por esto, vas a enterarte de nuestros planes de hoy, los que han acordado mis amigas en la fiesta de las Esciras. (Pausa.) Pero no est‡ ninguna de las que ten’an que venir. Y eso que ya est‡ casi amaneciendo y la Asamblea va a ser ahora mismo y debemos ocupar los asientos y hacer que nuestras cosas no se nos vean al sentarnos. (Pausa.) ÀQuŽ habr‡ pasado? ÀNo tienen bien cosidas las barbas que se les dijo que tuvieran? ÀO despuŽs de coger la ropa del marido les ha sido dif’cil salir a escondidas? Pero veo que aqu’ se acerca ya un candil. EmprenderŽ la re­tirada, no vaya a ser un hombre el que se acerca.

 

(Entran el CORIFEO, con un primer grupo de mujeres del CORO, tambiŽn con candil y ataviadas igual que PRA­XçGORA.)

 

CORIFEO. Ya es hora de ir, hace un momento que el heraldo lanz— el segundo quiquiriqu’.

PRAXçGORA. Esper‡ndoos me he pasado sin dormir toda la noche. Venga, voy a llamar a la vecina dando a su puerta un toquecito, porque debe escaparse sin que se entere su mari­do. (Llama.)

MUJER A. (La MUJER A sale de su casa.) Ya o’ el golpear de tus nudillos mientras me abro­chaba las sandalias, no dorm’a. Es que, querida, mi marido –que es de Salamina– toda la noche me ha estado dando con el remo entre las mantas, as’ que hace un instante que le cog’ el vestido.

PRAXçGORA. Veo tambiŽn que se acercan otras muchas mujeres, toda la flor y nata de la ciudad. (Entra la mujer B y con ella el segundo grupo del Coro.)

MUJER B. Con quŽ trabajito, querid’sima, me he escurrido de la cama. Toda la noche ha estado con arcadas mi ma­rido por un atrac—n de boquerones que se dio ayer tarde.

PRAXçGORA. Sentaos, que voy a preguntaros, ahora que estamos reunidas, si habŽis hecho lo que acordamos en las Es­ciras. (Se sientan, formando un semic’rculo, enfrente de Prax‡gora.)

MUJER A. Yo s’. Lo primero, tengo los sobacos m‡s espesos que un matorral, como qued— acordado. Y luego, cada vez que mi hombre sal’a a la plaza, me frotaba de aceite todo el cuerpo y me bronceaba, plantada todo el d’a al sol.

MUJER B. Yo tambiŽn. Y lo primero que hice fue tirar la navaja por la ventana, para ponerme toda peluda y no parecerme ya nada a una mujer.

PRAXçGORA. ÀY tenŽis las barbas que dijimos que hab’a que traer?

MUJER A. S’, por HŽcate, mira quŽ hermosa es Žsta.

MUJER B. Pues yo tengo una mucho m‡s hermosa que la de Ep’crates.

PRAXçGORA. (A las dem‡s mujeres) ÀY quŽ dec’s vosotras?

MUJER A. Dicen que s’ con la cabeza.

PRAXçGORA. Lo dem‡s, veo que lo habŽis hecho. TenŽis san­dalias de Laconia, bastones y vestidos de hombre, como dijimos. (Pausa.) Bueno, vamos a hacer ya lo que viene despuŽs, mientras hay todav’a estrellas en el cielo. La Asamblea a la que estamos dispuestas a ir ser‡ al amanecer.

MUJER A. S’, por Zeus, debes coger asiento al pie de la tribu­na, enfrente de los pr’tanis.

MUJER B. Yo me he tra’do esta cosita (Muestra un cesto con lana y peine de cardar y al mismo tiempo hace un gesto obsceno con el peine) para car­dar un poco mientras se llena la Asamblea.

PRAXçGORA. ÀMientras se llena, desgraciada?

MUJER B. S’, por çrtemis. ÀEs que iba a o’r peor mientras cardaba? Mis ni–itos est‡n desnudos.

PRAXçGORA. ÁCardar! ÁAnda ya! ÀNo te enteras de que no debes ense–ar nada del cuerpo a los que asisten? Menuda gracia tendr’a si estuviera ya todo el mundo sentado y una, saltando entre las filas, se arremangara la falda y ense–ara el chou-chou. Ahora, si nos senta­mos las primeras, no notar‡n nada cuando nos recojamos el vestido; y con la barba que nos vamos a atar, ÀquiŽn dejar‡ de creernos hombres en cuanto nos vea? Por eso, Ápor el d’a que ahora empieza!, tengamos lo que hay que tener (Gesto varonil.), a ver si podemos apoderar­nos de los asuntos pœblicos para hacer un bien a la ciudad. Porque lo que es ahora, no navegamos ni a vela ni a remo.

MUJER A. ÀY c—mo va a hablar en la Asamblea un corro de marujas?

PRAXçGORA. ÁA las mil maravillas! Los jovencitos Žsos, a los que m‡s les dan (gesto obsceno), dicen que son los m‡s sutiles para hablar: pues a nosotras, mira quŽ coincidencia, nos pasa lo mismo.

MUJER A. No sŽ. Lo terrible es la falta de expe­riencia.

PRAXçGORA. Pues por eso mismo nos hemos reunido aqu’ primero, para ensayar lo que hay que decir all’. Ven­ga, ‡tate la barba y lo mismo las dem‡s, vosotras que tenŽis tanta pr‡ctica en charlar.

MUJER B. (A la mujer A) ÀA quiŽn de nosotras, so desgraciada, no se le da bien charlar?

PRAXçGORA. Vamos, tœ, sujŽtate la barba y hazte hombre en­seguida. (Pone la corona en el suelo.) Yo tambiŽn voy a atarme la barba con vosotras, por si decido hablar.

MUJER B. ÁPrax‡gora, encanto! ÁPobre de m’! Mira quŽ cosa m‡s rid’cula.

PRAXçGORA. ÀC—mo que rid’cula?

MUJER B. Es como atarse la barba con jibias a la plan­cha.

(Ensayo de Asamblea.)

PRAXçGORA. Purificador de la Asamblea. Hay que dar la vuelta al ruedo con el gato. ÁVamos, adelante! Ar’frades, deja de hablar. Pasa y siŽntate. ÀQuiŽn quiere tomar la pa­labra?

MUJER A. Yo. (Se pone la corona.)

PRAXçGORA. Puedes hablar.

MUJER A. ÀNo voy a beber antes de hablar?

PRAXçGORA. ÁS’, claro! ÁBeber!

MUJER A. ÁY para quŽ me he puesto la corona, desgra­ciada?

PRAXçGORA. Vete a la porra: all’ nos habr’as hecho lo mismo.

MUJER A. ÀY quŽ? ÀEs que no beben en la Asamblea?

PRAXçGORA. Otra vez con que beben.

MUJER A. S’, por çrtemis, y por cierto que vino sin aguar. Y sus decretos, bien mirado, son locu­ras de borrachos. Y es verdad, por Zeus, que hacen libacio­nes de vino: o si no, Àa cuento de quŽ tantas plegarias al em­pezar, si no hubiera vino? Adem‡s, se insultan como borrachos y al que delira por el vino le echan fuera los arqueros de la polic’a.

PRAXçGORA. Tœ vete y siŽntate, no vales para nada.

MUJER A. Por Zeus, m‡s me valiera no tener barba, porque de tanta sed, me parece que voy a quedarme seca. (Vuelve a su sitio.)

PRAXçGORA. ÀHay alguna otra que quiera hablar?

MUJER B. Yo.

PRAXçGORA. Vamos, ponte la corona, que la cosa marcha. Ea, habla como un hombre, como est‡ mandado, cargando tu fi­gura en el bast—n.

MUJER B. (Se adelanta. Solemne.) Preferir’a que algœn otro de los que suelen dijera lo mejor para Atenas, y que yo pudiera seguir sentado en silencio. Pero no voy a permitir, en lo que val­ga mi opini—n, que pongan en las tabernas toneles de agua. No estoy de acuerdo, por las dos diosas.

PRAXçGOR.A. ÀPor las dos diosas? Desgraciada, Àd—nde tienes la cabeza?

MUJER B. ÀQuŽ pasa? No te he pedido de beber.

PRAXçGORA. Por Zeus, es que eres un hombre y has jurado por las dos diosas. Y eso que lo dem‡s lo dijiste muy diestramente.

MUJER B. Ah, por Apolo.

PRAXçGORA. Calla, que yo no voy a mover un pie para ir a la Asamblea si esto no sale calcado. (Le coge la corona.)

MUJER B. Trae la corona, voy a hablar otra vez. (Se la da.) Creo que ahora ya le he cogido el tranquillo. (Al CORO.) A m’, mujeres aqu’ presentes...

PRAXçGORA. ÀOtra vez llamas mujeres a los hombres, desgra­ciada?

MUJER B. Es por aquŽl que est‡ all’. (Se–alando a un sector del pœblico.) Al mirar hacia all’, cre’ que estaba hablando ante mujeres.

PRAXçGORA. Vete al infierno tœ tambiŽn y siŽntate lejos de aqu’. Por vuestra culpa, me parece que soy yo la que va a hablar. (Se pone la corona.) Pido a los dioses tener Žxito y conseguir lo que hemos planeado. (Se adelanta. Solemne.) Tengo tanta parte en esta tierra como vosotros, pero sufro y no puedo tolerar la situaci—n en la que se encuentra la ciudad. Porque veo que sus pol’ticos son siempre corruptos; y si uno por un d’a se hace bueno, por diez d’as es malo. Das el poder a otro: hace cosas todav’a peores.

MUJER A. Por Afrodita, es estupendo lo que dices.

PRAXçGORA. Desgraciada, Àhas jurado por Afrodita? Bonito papel habr’as hecho, si hubieras dicho esto en la Asam­blea.

MUJER A. No lo habr’a dicho.

PRAXçGORA. Pues no te acostumbres a decirlo. (Vuelve a coger el hilo.) Y vosotros, oh pue­blo, sois los culpables de todo lo que pasa. Porque como cobr‡is vuestros salarios de los fondos pœblicos, cada uno mira lo que ganar‡ Žl, mientras que el Estado va dando tumbos. Pero si me hacŽis caso, toda­v’a os salvarŽis.– Propongo que entreguŽis la ciudad a las mujeres. En realidad, ya en nuestras casas las tenemos de gobernantas y tesoreras.

MUJERA. ÁBravo! ÁBravo!, por Zeus ÁBravo!

MUJERB. Habla, habla, amigo.

PRAXçGORA. Que sus costumbres son mejores que las nuestras, os lo voy a ense–ar. Lo primero, ti–en sus lanas en agua caliente de acuerdo con la costumbre antigua; y eso todas y no puedes encontrar que hagan innovaciones. En cambio, Atenas, si algo le sale bien, no por ello cree salvarse, si no se mete en alguna otra noveler’a. Sentadas hacen sus parri­lladas como antes, llevan cargas en su cabeza como antes, celebran las Tesmoforias como antes, cuecen los pasteles como antes, revientan a los hombres como antes, tienen amantes en casa como antes, se sirven los mejores bocados como antes, les gusta el vino puro como antes, disfrutan cuando las joden como antes. Varones, entreguŽmosles la ciudad y no le demos m‡s vueltas ni les preguntemos quŽ es lo que van a hacer. Simplemente, dejŽmoslas gobernar. Nada m‡s que por estas razones: lo primero, que como son madres querr‡n salvar la vida a los soldados; y luego, ÀquiŽn podr’a enviarles frusler’as m‡s deprisa que una madre? Para procurar dinero, una mujer es lo m‡s h‡­bil y cuando manda, nadie es capaz de enga–arla: porque est‡n muy hechas a enga–ar. Lo dem‡s me lo callo. Si me hacŽis caso en esto, pasarŽis vuestra vida en la mayor feli­cidad.

MUJER A. ÁMuy bien, Prax‡gora, divina, bravo!. ÀY c—mo aprendiste esto as’ de bien, amiga mia?

PRAXçGORA. Cuando el destierro, viv’ con mi marido en la Pnix, donde la Asamblea. Y a fuerza de escuchar a los ora­dores, aprend’.

MUJER A. Entonces, con raz—n eres h‡bil y sabia. Y desde ahora mismo te nombramos generala las mujeres, si llevas a buen fin nuestra conjura. (Pausa) Pero, dime una cosa, si el demagogo CŽfalo viene aqu’ en mala hora y te insulta, Àc—mo vas a contes­tarle en la Asamblea?

PRAXçGORA. DirŽ que est‡ loco.

MUJER A. Eso lo saben todos.

PRAXçGORA. A–adirŽ que es un bilioso.

MUJER A. TambiŽn eso lo saben.

PRAXçGORA. Y que es mal alfarero para dar forma a los pla­tos, pero h‡bil y diestro para moldear a la ciudad.

MUJER A. ÀY quŽ, si te insulta el lega–oso de Neocli­des?

PRAXçGORA. A Žse yo le dir’a que ponga sus ojos en el culo de un perro.

MUJER A. ÀY quŽ, si te dan un meneo?

PRAXçGORA. Me moverŽ a comp‡s, pues no soy inexperta en ninguna clase de meneos.

MUJER A. S—lo falta por ver, si te echan mano los arqueros, quŽ vas a hacer.

PRAXçGORA. Me pondrŽ en jarras de esta manera: jam‡s me coger‡n por la cintura.

MUJER A. Si te cogen en vilo, les diremos que te dejen.

MUJER B. Todo esto lo tenemos bien pensado. Pero no hemos meditado todav’a c—mo vamos a acordarnos de que hay que levantar la mano, porque nuestra costumbre es la de levantar las piernas.

PRAXçGORA. Es un asunto peliagudo. Pero, de todas maneras, hay que votar remang‡ndonos la tœnica hasta el hombro.– Vamos, sub’os las tuniquitas y ataos r‡pido las sandalias laconias, igual que ve’ais hacer al marido cada vez que iba a la Asamblea o sal’a de casa. Luego, cuando todo esto estŽ ya bien, ataos las barbas. Y en cuanto os las hay‡is sujetado bien, echaos encima los vestidos de hombres que les cog’steis y despuŽs apoyaos en los bastones y marchad cantando una canci—n de esas de viejos, al estilo de los hombres del campo.

MUJERA. Dices bien, nosotras nos adelantamos. Porque me parece que otras mujeres van a ir derechas desde el campo a la Asamblea.

PRAXçGORA. Venga, corred, porque es costumbre que los que no llegan con la aurora se vayan sin recibir ni un puto —bolo. (Desf’lan.)

 

CORIFEO

Ya es la hora,

se–ores;

s’, se–ores, repito, se–ores,

que no se os olvide, que nos pueden dar

una buena tunda si van y nos pillan

vestidas de hombre as’, en este plan.

 

 

 

 

CANTO DEL CORO

Vamos pronto,

se–ores,

que sabŽis lo que hace el arconte,

que a quien no madruga, si va a la Asamblea,

y no llega oliendo a gazpacho o a an’s,

no le dan ni un duro, as’ que menea

tu culo, Esmicito, y tœ, Draces, jol’n.

Que teng‡is cuidado y no dŽis la nota,

no vaya a notarse que es un paripŽ.

Y cuando estŽis dentro procurad sentaros

todas muy juntitas, que as’ os ir‡ bien.

ÀQuŽ digo juntitas? ÁPor Zeus, quŽ despiste!

Si sois tiarrones, se nota fetŽn.

 

Venga, vamos,

se–ores,

vega, vamos, que lleguemos antes,

que esos sinvergŸenzas de nuestras ciudad;

que cuando antes daban un —bolo solo

ninguno ten’a prisa por llegar.

Sin embargo ahora, que lo que se paga

por asambleario es tres veces m‡s,

ya pierden el culo por llegar temprano

y entrar el primero, y hasta hostias se dan.

ÁParece mentira! Esto no pasaba

cuando el que mandaba era un general;

nadie en aquel tiempo se habr’a atrevido

a ser del gobierno por s—lo medrar.

Bastar‡ que os diga que todos ven’an,

trayendo en su bolsa un poco de pan,

y con dos cebollas pasaban el d’a

votando y votando y volviendo a votar.

Los de ahora, en cambio, no mueven un dedo

si no se les paga antes el jornal,

y con ademanes de pe—n caminero

atrincan la pasta y luego a ladrar.

Con este gobierno que ahora tenemos,

con esta asamblea, que vaya quŽ plan,

vamos cuesta abajo, de culo y sin frenos,

y ya no nos luce ni pelo ni n‡.

II

 

(El Coro sale de escena. De la puerta de la casa de Prax‡gora sale su marido BlŽpiro, vestido de mujer.)

 

BLƒPIRO. ÀQuŽ es lo que pasa? ÀD—nde se habr‡ metido mi mujer? Va a amanecer y no aparece por nin­gœn sitio. Y yo llevo un buen rato en la cama con ganas de cagar tratando de encontrar las zapatillas y la ropa en la oscuridad. A tientas, no era capaz de encontrar­lo y mientras tanto el Cacas segu’a dando golpes a la puer­ta: as’ que he cogido el chal de mi mujer y sus zapatillas persas. Pero Àd—nde, d—nde podr’a uno acer­tar a cagar a cielo abierto? ÀO de noche vale cualquier sitio? ÁSi no me va a ver nadie! Desdichado de m’, que me casŽ ya viejo, me lo tengo merecido! ƒsa no ha salido para hacer nada bueno. Pero de todos modos, tengo que cagar. (Se pone en cuclillas)

VECINO. (Desde la ventana de la casa de al lado.) ÀQuiŽn es? ÀNo es mi vecino BlŽpiro?

BLƒPIRO. El mismo, por Zeus.

VECINO. Dime, ÀquŽ es esa cosa roja que llevas? ÀNo ser‡ que el marica de Cinesias se te ha ensuciado encima?

BLƒPIRO. No, es que he salido con el vestidito de color azafr‡n que se pone mi mujer.

VECINO. Y tu manto, Àd—nde est‡?

BLƒPIRo. No sŽ decirte; aunque lo busquŽ, no lo en­contrŽ entre las mantas.

VECINO. ÀY no ordenaste a tu mujer que te dijera d—nde estaba?

BLƒPIRO. Es que no est‡ en casa, por Zeus; se ha es­capado sin que yo me diera cuenta. Temo que me haga alguna trastada.

VECINO. Por Posid—n, te ha pasado exactamente igual que a m’, mi mujer se ha marchado con el manto que yo usaba. Y para colmo, tambiŽn se ha llevado las san­dalias. No pude dar con ellas por ninguna parte.

BLƒPIRO. Por D’oniso, ni yo con las m’as, unas sandalias la­conias; pero como ten’a ganas de hacer caca he salido con sus plataformas, para no cagarme en la col­cha, que estaba limpia.

VECINO. ÀQuŽ habr‡ pasado? ÀLa habr‡ invitado una de sus amigas?

BLƒPIRO. Es lo que yo pienso. No es una mujer mala, por lo que yo sŽ.

VECINO. Pero est‡s echando una cagada m‡s larga que una soga y ya es hora de que me vaya a la Asamblea, si es que encuentro mi manto, el œnico que ten’a (Se retira de la ventana).

BLƒPIRO. Yo irŽ tambiŽn, en cuanto acabe de cagar, porque ahora una pera silvestre me ha bloqueado la comida. ÀSer‡ ese bloqueo del que Tras’bulo habl— a los laco­nios? Por Dioniso, por lo menos se me agarra terri­blemente. Pero, ÀquŽ hacer? Porque no es esto s—lo lo que me aflije, sino pensar a d—nde va a ir a parar la caca de ahora en adelante cuando coma. Ahora Žse ha echado el cerrojo a la puerta, quienquiera que sea ese individuo Pera­lense. ÀD—nde hay un mŽdico? ÀD—nde hay un culista docto en esa ciencia? Que llamen a Ant’stenes, a cualquier precio. Pues, a juzgar por sus gemidos cuando su coro no obtuvo premio, sabe lo que desea un culo con ganas de cagar. Se–ora Ilit’a, diosa de los partos, no me dejes as’, reventado y taponado, no vaya a rebosar como un pozo negro.

 

CREMES. (Entra, viniendo de la Asamblea. Es de d’a) Tœ, ÀquŽ est‡s haciendo? ÀEst‡s cagando?

BLƒPIRO. ÀYo? Ya no, por Zeus, ya me levanto. (Se levanta.)

CREMES. ÀY llevas el vestidito de tu mujer?

BLƒPIRo. Es lo œnico que encontrŽ en la oscuridad. Pero Àde d—nde vienes?

CREMES. De la Asamblea.

BLƒPIRO. ÀPero ya ha terminado?

CREMES. Por Zeus, ha sido al alba. Muchos no pudieron ya en­trar ni cobrar.

BLƒPIRO. ÀTe dieron los tres —bolos?

CREMES. Ojal‡. LleguŽ tarde, me avergŸenzo de ello: no ante ningœn otro, s—lo ante mi bolsa de comida.

BLƒPIRO. Pero, ÀquŽ es lo que tuvo la culpa?

CREMES. La mayor turba de gente que nunca vino junta a la Asamblea. La verdad es que todos nos parec’an zapate­ros. Era alucinante la cantidad de caras blancas que hab’a en la Asamblea. Por ello, ni cobrŽ yo ni otros muchos.

BLƒPIRO. ÀY tampoco cobrarŽ yo, si voy ahora?

CREMES. ÀDe d—nde? Ni aunque hubieras ido cuando cant— el gallo por segunda vez.

BLƒPIRO. Desgraciado de m’. Pero ÀquŽ pasaba que tanto barullo de gente se reuni— tan puntual?

CREMES. Pues que los pr’tanis acordaron que se hablara sobre la salvaci—n de Atenas. Antes que nadie se adelant— Neoclides el lega–oso y entonces el pueblo se puso a gritarle de todo: ÒÀNo es into­lerable que se atreva a hablar, y eso siendo el asunto a tra­tar la salvaci—n, uno que no ha salvado para s’ mismo ni una sola pesta–a. DespuŽs, el listo de Eve—n se present— desnudo o eso es lo que parec’a –pero Žl dec’a que llevaba un manto– y pronunci— palabras muy democr‡ticas: ÒEs­t‡is viendo que yo mismo necesito una salvaci—n de dieci­sŽis dracmas, pero voy a deciros, de todos modos, c—mo podrŽis salvar a Atenas y a sus ciudadanos. Si los fabrican­tes dan mantos a los necesitados cuando llegue el invierno, ninguno de nosotros tendr‡ en adelante m‡s bronquitis. Y aque­llos que no tienen cama ni mantas, que vayan a dormir, bien ba–ados, a casa de los fabricantes de pellizas. Y si en invierno les cierra uno la puerta, pague tres pellizas de multa.Ó

BLƒPIRO. Cosa excelente, por Dioniso; y nadie habr’a votado en contra si hubiera a–adido que los vendedores de harina dieran cuarto y mitad a todos los menestero­sos, so pena de sufrir un castigo ejemplar.

CREMES. Bueno, despuŽs de esto un guapo joven de tez blan­ca, muy parecido a Nicias, se adelant— de un salto y empe­z— a decir que hab’a que entregar la ciudad a las mujeres. Entonces la tropa zapateril empez— a alborotar y a gritar que ten’a raz—n, pero los campesinos le abuchearon.

BLƒPIRO. Por Zeus que eran sensatos.

CREMES. Pero eran menos, y Žl segu’a gritando, haciendo gran elogio de las mujeres y hablando mal de ti.

BLƒPIRO. ÀY quŽ dijo?

CREMES. Lo primero, dec’a que eres un sinvergŸenza.

BLƒPIRO. ÀY tœ?

CREMES. No preguntes aœn. Y adem‡s, un ladr—n.

BLƒPIRO. ÀYo solo?

CREMES. Y tambiŽn un sopl—n, por Zeus.

BLƒPIRO. ÀYo solo?

CREMES. Y casi todos Žstos (apuntando al pœblico), por Zeus.

BLƒPIRO. ÀY quiŽn no est‡ de acuerdo?

CREMES. Dec’a tambiŽn que la mujer est‡ llena de buen sentido, y busca siempre la ganancia. Y que nunca revelan los secretos de la fiesta de las Tesmoforias, mientras que tœ y yo, cuando somos consejeros, nos vamos siempre de la lengua.

BLƒPIRo. En esto, por Hermes, no minti—.

CREMES. Dec’a adem‡s que se prestan unas a otras mantos, jo­yas de oro, plata, vasijas, y eso a solas, no delante de testi­gos, y que lo devuelven todo y no se lo quedan. En cambio, aseguraba que la mayor’a de nosotros eso es lo que ha­cemos.

BLƒPIRO. Y hasta delante de testigos, por Posid—n.

CREMES. Que no son soplonas, no ponen pleitos ni amena­zan a la democracia. En otras muchas cosas ala­baba enormemente a las mujeres.

BLƒPIRO. ÀY quŽ se decidi—?

CREMES. Poner en sus manos la ciudad, pues se estaba de acuerdo en que era la œnica cosa que todav’a no hab’a su­cedido.

BLƒPIRO. ÀY est‡ aprobado?

CREMES. Ya te lo estoy diciendo.

BLƒPIRO. ÀSe les ha dado todo lo que antes era competencia de los ciu­dadanos?

CREMES. As’ es.

BLƒPIRO. Entonces, Àya no irŽ al tribunal, va a ir mi mujer?

CREMES. Ni tampoco vas a mantener a tus hijos, lo va a hacer tu mujer.

BLƒPIRO. ÀY no va a ser cosa m’a ya quejarme del madrug—n?

CREMES. No, por Zeus, esto ya les toca a las mujeres. Tœ te quedar‡s en casa, sin lamentarte, tirando pedos.

BLƒPIRO. Pero va a ser terrible para los viejos como nosotros dos, si cogiendo las riendas de la ciudad nos obligan a la fuerza...

CREMES. ÀA quŽ?

BLƒPIRO. ... a joderlas.

CREMES. ÀY si damos gatillazo?

BLƒPIRO. No nos dar‡n el desayuno.

CREMES. Pues haz un poder, por Zeus, para que desayunes y las jo­das a la vez.

BLƒPIRO. Lo terrible es tener que hacerlo a la fuerza.

CREMES. Pues si es œtil para la ciudad, todos deben hacerlo. Hay un dicho de los viejos, que todas las insensateces y lo­curas que votamos, todas nos salen bien. Ojal‡ Žsta nos sal­ga, Se–ora Palas  y otros dioses.– Me voy, que lo pases bien.

BLƒPIRO. Tœ tambiŽn, Cremes.

(Salen. Entra el coro de mujeres disfrazadas.)

 

CORIFEO

Daros prisa,

cojones,

daros prisa y tener cuidado,

no sea que nos siga algœn curios—n

que se haya fijado en nuestra figura

y en que nuestro pecho no es uno, son dos.

 

 

 

 

 

 

 

CANTO DEL CORO

 

Venga, tira

y aprieta, que ser’a una enorme vergŸenza

si nuestros maridos llegan a saber

esto que hemos hecho, conque venga, tira,

mira a todos lados, y t‡pate bien.

ÁPor fin, quŽ alegr’a! Ya estamos llegando

adonde quedamos y todo empez—;

all’ es donde vive nuestra generala,

la que urdi— la trama que el pueblo aprob—.

 

Aqu’ todas,

deprisa,

venid todas aqu’ a la sombra,

junto a este murito, nos vayan a ver

a la luz del d’a as’ y nos denuncien,

que con estas barbas todo puede ser.

Cambiaros de traje sin que nadie os vea,

quitaos esas barbas, que ya veo venir

a la generala de la Asamblea;

ya todas, amigas, estamos aqu’.


 

III

 

(Entra PRAXçGORA con la MUJER A.)

 

PRAXçGORA. ÁVictoria, mujeres! Esos planes que tramamos nos han salido bien. Pero ahora, r‡pido, antes que alguien lo vea tirad los mantos de hombres, fuera de los pies las sandalias, desataos los nudos de las piernas, soltad los bastones.– (A la mujer A, para que entre en su casa) Tœ, apa–a lo tuyo; que yo quiero des­lizarme dentro de casa antes de que me vea mi marido y dejar all’ el manto suyo otra vez, en el sitio de donde lo cog’, y todo lo dem‡s que me llevŽ.

CORIFEO. Ya est‡ en el suelo todo lo que has dicho. Es cosa tuya explicar­nos ahora en quŽ podemos serte œtiles y obedecerte disciplinadamente. Pues sŽ que no he tratado con ninguna mujer m‡s astuta que tœ.

PRAXçGORA. Esperad, que quiero que en el cargo para el que me votas­teis se‡is mis consejeras todas. Porque all’, en medio del barullo y los peligros, habŽis sido muy ma­chos.

BLƒPIRO. (Saliendo de su casa.) ÀTœ, de d—nde vienes, Pra­x‡gora?

PRAXçGORA. ÀY a ti quŽ te importa?

BLƒPIRO. ÀQue quŽ me importa? ÁLo que hay que escuchar!

PRAXçGORA. No me dir‡s que vengo de casa de mi amante.

BLƒPIRO. A lo mejor no de uno s—lo.

PRAXçGORA. De eso se puede hacer la prueba.

BLƒPIRO. ÀC—mo?

PRAXçGORA. Si huele a perfume mi cabeza.

BLƒPIRO. ÀQuŽ? ÀA una mujer no se la jode aunque sea sin perfume?

PRAXçGORA. A m’ por lo menos no, infeliz.

BLƒPIRO. ÀC—mo es que te marchaste al amanecer llev‡ndote mi manto?

PRAXçGORA. Es que una amiga me mand— llamar de noche porque estaba de parto.

BLƒPIRO. ÀY no pudiste dec’rmelo antes de salir?

PRAXçGORA. ÀY desentenderme de la parturienta, tal y como estaba, marido m’o?

BLƒPIRO. No, ten’as que dec’rmelo. Aqu’ hay gato encerrado.

PRAXçGORA. Por las dos diosas, sal’ tal como estaba. La que vino a buscarme me pidi— que saliera como fuera.

BLƒPIRO. ÀY no pod’as llevarte tu manto? No, en vez de eso me dejaste en pelotas y ech‡ndome encima tu toquilla te mar­chaste y me abandonaste como si fuera un muerto en un velatorio. S—lo te falt— ponerme una corona y un vaso fune­rario.

PRAXçGORA. Es que hac’a fr’o y yo soy delicada y dŽbil. Me puse este manto tuyo para abrigarme. Te dejŽ all’ acostado, calentito entre las mantas, marido m’o.

BLƒPIRO. Y mis sandalias laconias y mi bast—n, Àpor quŽ se fueron contigo?

PRAXçGORA. Para que nadie me quitara el manto, me cambiŽ de zapatos, imit‡ndote y metiendo ruido al andar y gol­peando las piedras con el bast—n.

BLƒPIRO. ÀY sabes que has perdido una arroba de trigo que yo ten’a que cobrar por asistir a la Asamblea?

PRAXçGORA. (Pausa. HaciŽndose la sueca). Por cierto, ha tenido un ni–o.

BLƒPIRO. ÀLa Asamblea?

PRAXçGORA. No, la mujer a la que asist’. (Pausa.) ÁAh! Pero Àes que ha habido Asam­blea?

BLƒPIRO. S’, por Zeus. ÀNo te acordabas de que ayer te lo dije?

PRAXçGoRA. ÁAh! Ahora recuerdo.

BLƒPIRO. ÀY no sabes lo que se ha acordado?

PRAXçGORA. ÀYo? No, por Zeus.

BLƒPIRO. SiŽntate pues y ponte c—moda. Dicen que os han en­tregado la ciudad.

PRAXçGORA. ÀPara quŽ? ÀPara tejer?

BLƒPIRO. No, para gobernar.

PRAXçGORA. ÀSobre quŽ?

BLƒPIRO. Sobre todos los asuntos de la ciudad.

PRAXçGORA. Por Afrodita, va a ser afortunada Atenas de aho­ra en adelante.

BLƒPIRO. ÀPor quŽ?

PRAXçGORA. Por muchas razones. Los que se atreven a afrentar al estado, ya no podr‡n en adelante ni testificar ni calumniar...

BLƒPIRO. Por los dioses, no hagas eso: no me quites mi pan.

VECINO. (Saliendo de su casa inesperadamente. Antes, ha estado pegando la oreja a la ventana.) Desgraciado, deja hablar a tu mujer.

PRAXçGORA. ... ni rapi–ar, ni envidiar a los vecinos; basta de ir desnudos, basta de pobres, se acabaron los insultos y las fianzas de los prŽstamos.

VECINO. Grandes cosas, por Posid—n, si es que no miente.

PRAXçGORA. (Al VECINO.) Voy a explicarlo, de forma que tœ seas mi testigo y Žste no tenga nada que replicar.  (Al pœblico) Voy a ense–aros cosas œtiles, estoy segura; pero Àdesear‡ el pœ­blico abrazar las novedades y desechar las costumbres antiguas? ƒse es mi temor.

VECINO. No tengas miedo a las revoluciones, porque en esto precisamente consiste nuestro rŽgimen y en ol­vidar lo antiguo.

PRAXçGORA. Entonces, que ninguno de vosotros discuta ni inte­rrumpa antes de conocer el plan y de o’r mi propuesta. Todos deben tener todo en comœn, participando en todo, y vivir de lo mismo y no que uno sea rico y otro pobre y uno tenga muchas tierras y otro ni para que lo entierren, ni que uno tenga much’simos esclavos y otro ni un sirviente. No: establezco una vida comœn para todos, una vida igual.

BLƒPIRO. ÀC—mo va a ser comœn?

PRAXçGORA. Vas a ser el primero en comer mierda.

BLƒPIRO. ÀPero la mierda tambiŽn ser‡ comœn?

PRAXçGORA. No, por Zeus, es que te ha faltado tiempo para interrumpirme. Lo que yo quer’a decir era esto: la tierra, lo primero, voy hacerla un bien comœn de todos y el dinero y todo lo que tiene cada uno. Y con todo esto, que ser‡ comœn, os mantendremos, y aplicando nuestro buen criterio lo administraremos y ahorraremos.

BLƒPIRO. ÀY quŽ har‡ el que no posee tierra, pero s’ plata y monedas de oro, riqueza que no se ve?

PRAXçGORA. Lo entregar‡ al fondo comœn.

BLƒPIRO. Pero Ày si no lo entrega?

PRAXçGORA. Cometer‡ perjurio.

BLƒPIRO. Á Si as’ es como se enriqueci—!

PRAXçGORA. Pues ese dinero de nada le valdr‡.

BLƒPIRO. ÀPor quŽ?

PRAXçGORA. Nadie har‡ nada por pobreza, todos tendr‡n de todo: panes, salaz—n de pescado, galletas, mantos, vino, coronas, garbanzos. ÀQuŽ provecho va a haber en no entregarlo? Aver’gualo y d’melo.

BLƒPIRO. ÀPero no son ahora los que tienen dinero los que m‡s roban?

VECINO. Eso era antes, compa–ero, cuando ten’amos las leyes de otros tiempos, pero ahora que la vida va a ser comœn, ÀquŽ ventaja hay en no entregarlo?

BLƒPIRO. Si uno ve a una muchacha y quiere jugar con ella a clavarle el aguij—n, podr‡ hacerle un regalo de su propio dinero y a la vez participar‡ del fondo comœn cuando se acueste con ella.

PRAXçGORA. ÁPero si va a poder acostarse gratis! Hago a las mujeres comunes a todos los hombres, para que quien quiera se acueste con ellas y les haga.

BLƒPIRO. ÀY c—mo no van a irse todos detr‡s de la m‡s guapa y a tratar de benefici‡rsela?

PRAXçGORA. Las feas y las chatas se sentar‡n al lado de las bellas: y si uno desea a una de Žstas, tendr‡ que cepillarse primero a la fea.

BLƒPIRO. ÀY a nosotros los viejos, despuŽs de tener trato con las feas, no nos flaquear‡ la polla antes de que lleguemos donde dices?

PRAXçGORA. No se pelear‡n, crŽeme; tranquilo, que no se pelear‡n.

BLƒPIRO. ÀPor quŽ?

PRAXçGORA. Para acostarse contigo primero. No hay m‡s cera que la que arde.

BLƒPIRO. Por vuestra parte, la cosa tiene sentido, puesto que hay un proyecto de decreto para que no quede vac’o el agujero de ninguna. Pero ÀquŽ va a pasar con los hombres? Las mujeres huir‡n de los feos e ir‡n en busca de los guapos.

PRAXçGORA. Los menos agraciados vigilar‡n a los guapos cuando se marchen del banquete, acechar‡n sus pasos en los lugares pœblicos. Y no ser‡ legal si las mujeres se acuestan con los hermosos y los altos antes de que a los feos y bajos concedan sus favores.

BLƒPIRO. ÀLa nariz de Lis’crates, entonces, va a estar tan orgullosa como los hombres guapos?

PRAXçGORA. S’, por Apolo. Y es un plan democr‡tico, y menuda guasa va a haber de esos engre’dos cargados de sortijas cuando uno en alpargatas diga: ÒPonte a la cola y mira, que yo me voy a despachar a gusto y ya llegar‡ tu turno.Ó

BLƒPIRO. Y si vivimos de este modo, Àc—mo va a ser capaz  cada cual  de reconocer a sus hijos?

PRAXçGORA. ÀQuŽ falta hace? Pensar‡n que son padres suyos todos los viejos, si coincide la edad.

BLƒPIRO. Entonces, por culpa de esa ignorancia, estrangular‡n a sus anchas a cualquier viejo, uno detr‡s de otro. Ahora, sabiendo y todo quiŽn es su padre, le estrangulan. ÀQuŽ va a ser cuando ya no lo sepan, no van a cagarse encima?

PRAXçGORA. No lo permitir‡ nadie que estŽ presente. En aquel tiempo no se preocupaban nada de los padres ajenos si les pegaban, pero ahora si escuchan que est‡n pegando a alguien, a cualquiera, por temor de que el pegado sea su padre, lu­char‡n contra los que lo hagan.

BLƒPIRO. No es nada torpe lo que dices. Pero la tierra, ÀquiŽn la cultivar‡?

PRAXçGORA. Los esclavos. Tu ocupaci—n ser‡, cuando por la tarde la sombra del reloj de sol sea de diez pies, ir reluciente a algœn banquete.

BLƒPIRO. Y los vestidos ÀquiŽn nos los va a proporcionar? Esto es menester preguntarlo.

PRAXçGORA. Lo primero, tendrŽis Žsos de ahora, y luego, nosotras teje­remos.

BLƒPIRO. Todav’a una pregunta: ÀquŽ ocurrir‡ si uno pierde un plei­to? ÀC—mo pagar‡? No ser‡ del dinero comœn, porque eso no ser’a justo.

PRAXçGORA. Para empezar, no habr‡ juicios.

BLƒPIRO. (Al VECINO.) Eso va a hacerte pupa.

VECINO. Lo mismo he pensado yo.

PRAXçGORA. ÀY por quŽ va a haber pleitos, desgrac’ado?

BLƒPIRO. Por muchas razones, por Apolo. Lo primero, por una elemental: si uno debe dinero y no paga.

PRAXçGORA. Pero de d—nde va a sacar dinero el prestamista si todo es  comœn? C—mo no sea robando.

VECINO. Por DemŽter, lo explicas bien.

BLƒPIRO. Pues que me diga esto: Àde d—nde pagar‡n los pendencieros por sus broncas, cuando despuŽs de alguna juerga se envalentonen? Creo que te has quedado sin respuesta.

PRAXçGORA. Del pan que comen: cuando a uno se lo quiten no va a envalentonarse f‡cilmente, si le castigan en su es­t—mago.

BLƒPIRO. ÀY no habr‡ ladrones?

PRAXçGORA. ÀC—mo van a robar si tambiŽn tienen su parte?

BLƒPIRO. ÀNi le atracar‡n a uno de noche?

VECINO. No, si duerme en su casa.

PRAXçGORA. Ni tampoco si lo hace fuera, como antes; todos tendr‡n medios de vida. Y si le quieren quitar el vestido, Žl mismo lo dar‡. Pues Àpara quŽ resistirse? Se va al fondo comœn y se coge uno mejor que el viejo.

BLƒPIRO. Entonces, Àtampoco van a jugar a los dados?

PRAXçGORA. ÀY quŽ van a apostar?

BLƒPIRO. En resumen, ÀquŽ clase de vida vas a implantar?

PRAXçGORA. Una vida comunitaria. De la ciudad voy a hacer una casa œnica: tirarŽ los tabiques y harŽ una sola habitaci—n, para que puedan visitarse unos a otros.

BLƒPIRO. Y la comida Àd—nde la servir‡s?

PRAXçGORA. Los tribunales y los p—rticos los harŽ comedores.

BLƒPIRO. Y la tribuna de la Asamblea, ÀquŽ utilidad tendr‡?

PRAXçGORA. PondrŽ all’ las crateras y los c‡ntaros y los ni–os podr‡n cantar canciones a los valientes en la guerra, y si hay algœn cobarde para que no cene de vergŸenza.

BLƒPIRO. Muy bien pensado, por Apolo. Y las urnas, Àpara quŽ vas a usarlas?

PRAXçGORA. Voy a ponerlas en el ‡gora. CitarŽ a todos en la estatua de Harmodio y harŽ un sorteo, para que, segœn les toque, vayan felices sabiendo en quŽ letra cenar‡n. Proclamar‡ el heraldo que los de la beta vayan al P—rtico Real a cenar; la zeta, al P—rtico vecino, los de la kappa al P—rtico en que venden la cebada.

BLƒPIRO. ÀA picotearla?

PKAXçGORA. Por Zeus, no, para cenar.

BLƒPIRO. Y al que no le salga su letra, Àse quedar‡ fuera?

PRAXçGORA. No ser‡ as’ entre nosotras. Habr‡ abundancia para todos; coronados, as’, borrachos, marchar‡n todos con su antorcha. Y en las esquinas, las mujeres vendr‡n a ellos, segœn pasan, y les dir‡n: ÒVente conmigo, tengo una chica muy guapa para tiÓ.

      ÒVen a mi casaÓ, dir‡ otra desde el piso de arriba: Òla m’a es la m‡s bella, la m‡s blanca, pero antes que con ella debes dormir conmigoÈ. Y mientras vigilan a los guaperas y a los jovencitos, los feos dir‡n as’: ÇÀA d—nde? Aunque llegues el primero, no te comer‡s una rosca, pues se ha decretado que antes jodan con los feos y los chatos y que vosotos entre tanto os la pelŽis en los portales con una hoja de higuera Ó Vamos, decidme, Àos gusta esto?

BLƒPIRO Y VECINO. Much’simo.

PRAXçGORA. Bueno, ahora tengo que marcharme al ‡gora para recoger las cosas que vayan entregando. Y llevarŽ conmigo una pregonera de buena voz. No tengo m‡s remedio que hacerlo, ya que me han elegido para tener el mando, y para organizar las comi­das en comœn de manera que hoy mismo os deis un fest’n.

BLƒPIRO. ÀNos banquetearemos hoy ya?

PRAXçGoRA. As’ lo afirmo. Y luego, quiero dejar cesantes a las putas, a todas.

BLƒPIRO. ÀCon quŽ intenci—n?

PRAXçGORA. Est‡ bien claro: (se–alando al Coro.) para que disfruten Žstas de la flor de los j—venes. Y en cuanto a las esclavas, se les proh’be que, acical‡ndose, roben bajo cuerda el placer de las mujeres libres. Se acostar‡n s—lo con los esclavos, con el conejito depi­lado deprisa y corriendo.

BLƒPIRO. Voy a ir contigo para que me miren y digan: ÇÀNo os gusta el marido de la generala?È

VECINO. Y yo tambiŽn, para llevar mis cacharros al ‡gora, voy a coger y examinar mis bienes.

 

(Salen todos en direcci—n al ‡gora, incluido el CORO.)

 

INTERLUDIO CORAL (no conservado)

 


 

 

 

SEGUNDA PARTE

 

(Las dos casas de la escena han cambiado de propietario. De una de ellas sale el HOMBRE A, mientras dos esclavos sacan los objetos que va nombrando Žl cada vez y los ponen en la calle.)

 

IV

 

HOMBRE A. Ven tœ, cedazo bonito, primorosamente a la calle, la primera de mis cosas, para que hagas de canŽforo, molido como est‡s de tanto volcar mis sacos de harina.– ÀD—nde est‡ la que lleva tu taburete? Sal tœ, marmita, toda ne­gra, por Zeus, Áni que hubieras cocido el tinte con que Lis’crates se ti–e el pelo!.– Tœ, doncella de alcoba, ponte a su lado.– Y tœ, moza del c‡ntaro, ponlo ah’.– Sal tambiŽn tœ, ta–edora de c’tara, que tantas veces me has despertado para ir a la Asamblea en plena noche con tu canto ma–anero.– Que se adelante ahora el que trae el gran cofre; tr‡eme los pana­les, pon cerca los ramos y saca los dos tr’podes y el lecito. Los pucheros y los trastos, dejadlos.

(Los esclavos han ido sacando: un cedazo, una marmita, un frasco de perfumes, un c‡ntaro, una muela de molino, un cofre, unos panales, ramos, dos tripodes y un lecito. Los colocan en fila, representando a personas y objetos de la procesi—n de las Panateneas.)

 

HOMBRE B. (Entrando, sin apercibirse de la procesi—n de cachivaches.) ÀQue yo vaya a entregar lo m’o? Ser’a un desgraciado, un hombre sin seso. No, por Posid—n, ja­m‡s, voy antes a poner a prueba todo esto y a examinarlo. No voy a tirar tan tontamente mi sudor y mi ahorro por mucho que se diga, antes de averiguar en quŽ consiste todo esto.– (AL HOMBRE A.) Tœ, ÀquŽ significan esos cacharritos? ÀLos has saca­do fuera porque te mudas o es que los vas a dar en prenda?

HOMBRE A. De ninguna manera.

HOMBRE B. ÀY por quŽ est‡n as’ en fila? ÀO es una procesi—n que hacŽis en honor del heraldo Hier—n, para que los su­baste?

HOMBRE A. No, por Zeus, es que quiero entregarlos a la ciudad en el ‡gora segœn las leyes que han sido aprobadas.

HOMBRE B. ÀVas a entregarlos?

HOMBRE A. Desde luego.

HOMBRE B. Eres un infeliz, por Zeus Salvador.

HOMBRE A. ÀC—mo?

HOMBRE B. ÁC—mo te lo digo!.

HOMBRE A.  ÀPues quŽ? ÀNo debo obedecer a las leyes?

HOMBRE B. ÀA cu‡les, desgraciado?

HOMBRE A. A las decretadas.

HoMBRE. ÀA las decretadas? ÁSer‡s tonto!.

HOMBRE A. ÀTonto?

HOMBRE B. ÀC—mo no? El m‡s imbŽcil de todos.

HOMBRE A. ÀPorque hago lo que est‡ ordenado?

HOMBRE B. ÀY el hombre cuerdo debe hacer lo que est‡ ordenado?

HOMBRE A. Antes que nada.

HOMBRE B. Eso ser‡n los estœpidos.

HOMBRE A. ÀY tœ no piensas entregar nada?

HOMBRE B. Me guardarŽ mucho antes de ver quŽ es lo que quiere el pueblo.

HOMBRE A. ÀNo ves que est‡n dispuestos a entregar sus cosas?

HOMBRE B. Cuando lo vea lo creerŽ.

HOMBRE A. Por lo menos, es lo que van diciendo por la calle.

HOMBRE B. ÁS’, si lo dir‡n!

HOMBRE A. Y aseguran que las coger‡n y las llevar‡n.

HOMBRE B. ÁS’, si lo asegurar‡n!.

HOMBRE A. Desconfiando, vas a estropearlo todo.

HOMBRE B. ÁS’, si desconfiar‡n!

HOMBRE A. Que Zeus te haga pedazos.

HOMBRE B. ÁS’, si te har‡n pedazos!.– ÀTe crees que cualquiera que tenga juicio va a llevar sus cosas? No es costumbre tradicional nuestra: nosotros s—lo debemos recibir, por Zeus. Lo mismo hacen los dioses, lo conocer‡s por las manos de las estatuas: cuando hacemos oraciones para que nos den sus bienes, all’ se quedan ex­tendiendo su mano con la palma hacia arriba, no con aire de dar, sino para recibir.

HOMBRE A. Diantre de hombre, dŽjame hacer algo œtil. Estas co­sas hay que atarlas. ÀD—nde tengo una cuerda?

HOMBRE B. ÀDe verdad vas a llevarlas?

HOMBRE A. S’, por Zeus, ya estoy atando estos dos tr’podes.

HOMBRE B. ÁQuŽ estupidez! No esperar ni siquiera a ver quŽ ha­cen los otros y, entonces ya...

HOMBRE A. ÀEntonces quŽ?

HOMBRE B. Esperar m‡s, y luego entretenerse todav’a.

HOMBRE A. ÀPara quŽ?

HOMBRE B. Si hay un terremoto o un fuego de mal presa­gio o si se cruza una comadreja, entonces deja­r‡n de llevar las cosas, estœpido.

HOMBRE A. Ser’a divertido si no queda sitio donde colocar todas estas cosas.

HOMBRE B. ÀQue no queda sitio? No te preocupes, podr‡s depositarlas, aunque llegues pasado ma–ana.

HOMBRE A. ÀC—mo?

HOMBRE B. Yo sŽ muy bien que Žstos votan muy deprisa, pero luego se echan para atr‡s.

HOMBRE A. Las llevar‡n, amigo m’o.

HOMBRE B. ÀY si no las transportan, quŽ?

HOMBRE A. Descuida, las transportar‡n.

HOMBRE B. ÀY si algunos lo impiden, que?

HOMBRE A. Lucharemos con ellos.

HOMBRE B. ÀY si son m‡s fuertes, quŽ?

HOMBRE A. Lo dejarŽ todo y me irŽ.

HOMBRE B. ÀY si las venden, quŽ?

HOMBRE A. Ojal‡ revientes.

HOMBRE B. ÀY si reviento, quŽ?

HOMBRE A. Har‡s muy bien.

HOMBRE B. ÀY tœ sigues empe–ado en llevarlas?

HOMBRE A. Desde luego. Veo que mis vecinos las llevan.

HOMBRE  B. Seguro que el estre–ido de Ant’stenes va a llevarlas. Es mucho m‡s probable que con tal de no hacerlo cague... durante m‡s de treinta d’as.

HOMBRE A. Vete al infierno.

HOMBRE B. ÀY Cal’maco el poeta va a llevarles alguna cosa?

HOMBRE A. M‡s que el rico Calias.

HOMBRE B. Ese hombre va a perder toda su hacienda.

HOMBRE A. Dices algo terrible.

HOMBRE B. ÀPor quŽ algo terrible? No te das cuenta de que constantemente se votan decretos como Žse. ÀNo te acuer­das de aquello que se acord— sobre la sal?

HOMBRE A. Claro que s’.

HOMBRE B. ÀY no te acuerdas cuando votamos aquellas mone­das de cobre?

HOMBRE A. Fue desgraciada aquella acu–aci—n. Vend’ uvas y me marchŽ con la boca llena de cobre y entonces fui al ‡gora a por harina de cebada. Y cuando acababa de poner debajo el saco grit— el heraldo: ÇNo aceptŽis en adelante monedas de cobre: s—lo valen las de plata.È (Pausa.) .– Pero no es lo mismo, amigo. En aquel tiempo mand‡ba­mos nosotros, y ahora mandan las mujeres.

HOMBRE B. Voy a tener cuidado con ellas, por Posid—n, no se me meen encima.

HOMBRE A. No entiendo las tonter’as que dices. (A un siervo.) Mozo, trae la pŽrtiga.

MUJER HERALDO. (Llegando.) Oh ciudadanos todos, (pues Žste es el nuevo estado de cosas), corred, venid junto a la generala para que se‡is sorteados y la fortuna os indique a cada uno d—nde cenar. Porque las mesas ya est‡n llenas de toda clase de delicias; y los lechos, junto a ellas, est‡n llenos de pieles de cabra y de alfombras. Est‡n mezclando el vino y las perfumistas est‡n all’ de pie, todas en fila. Fr’en el pescado, ensartan las liebres en brochetas, cuecen paste­les, trenzan coronas, tuestan aperitivos, las m‡s j—venes cuecen pucheros de purŽ. Y entre ellas Esmeo, con su vestido de jinete, va limpiando las escudillas de las muje­res (Gesto obsceno.). Ger—n avanza con su manto de lana fina y sus zapatos ele­gantes, riendo a carcajadas con otro jovencito (Gesto de afeminamiento.); tiradas lejos, yacen en el suelo las alpargatas y la zamarra. Id pues, que el que reparte el pan est‡ all’ ya en pie: ea, abrid las mand’bulas (Sale).

HOMBRE B. Bueno, all‡ voy. ÀPor quŽ quedarme aqu’, si esa es la decisi—n de la ciudad?

HOMBRE A. ÀY a d—nde vas a ir si no has entregado tus bienes?

HOMBRE B. A la cena.

HOMBRE A. Ni lo sue–es: si a las mujeres les queda un poco de sentido comœn, antes debes hacer la entrega.

HOMBRE B. Ya la harŽ.

HOMBRE A. ÀCu‡ndo?

HOMBRE B. Por m’ no habr‡ problema, t’o.

HOMBRE A. ÀC—mo es eso?

HOMBRE B. Ya ver‡s que otros la hacen despuŽs de m’.

HOMBRE A. ÀY vas a cenar, a pesar de todo?

HOMBRE B. (Con iron’a.) ÁQuŽ remedio! Los hombres de bien deben ayudar a la ciudad en lo que puedan.

HOMBRE A. ÀY si no te dejan?

HOMBRE B. EntrarŽ al asalto agachando la cabeza.

HOMBRE A. ÀY si te azotan, quŽ?

HOMBRE B. Las citarŽ a juicio.

HOMBRE A. ÀY si se burlan, quŽ?

HOMBRE B. Puesto ante la puerta...

HOMBRE A. ÀQuŽ vas a hacer? D’melo.

HOMBRE B. Les quitarŽ la comida mientras la llevan dentro.

HOMBRE A. Ve, si quieres, pero detr‡s de m’. Vosotros, Sic—n y Parme­n—n, transportad mis cosas. (Los esclavos las ponen en la pŽrtiga.)

HOMBRE B. Vamos, que te echo una mano.

HOMBRE A. De ninguna manera. A ver si delante de la generala, cuando yo deje mis cosas en el suelo, las recla­mas como tuyas. (Sale.)

HOMBRE B. Por Zeus, tengo que inventar alguna cosa para seguir siendo due–o de lo m’o y tener en comœn con Žstos una parte de lo que se cuece. Mi idea es la mejor: debo ir con ellos a ce­nar y no perder ni un minuto.

 

INTERLUDIO CORAL (no conservado)

 


 

V

 

(La escena con dos casas representa un lugar distinto. La VIEJA A est‡ en la calle, delante de su casa, donde se esconden la VIEJA B y la VIEJA C. Por la ventana de la otra casa se asomar‡ la JOVEN.)

 

VIEJA A. (Junto a la ventana de la primera casa.) ÀPor quŽ no han lle­gado ya los hombres? Ya ten’an que haber venido.– Aqu’ estoy embadurnada de blanco, con mi camisa de aza­fr‡n, ociosa, canturreando una cancionci­lla, jugueteando para pillar a alguno que pase por aqu’. Musas, acudid a mi boca con alguna coplilla verde.

LA JOVEN. (En la ventana de la segunda casa.) Me has cogido la delantera, escoria. Cre’as que yo no estaba y que ibas a vendimiar mi vi–a abandonada y a atrapar a alguno cantando. Pero si lo haces, yo cantarŽ tambiŽn. Aun­que fastidie al pœblico, puede ser agradable y divertido.

VIEJA A. (Ense–ando el dedo coraz—n.) ÁM—ntate aqu’! Y tœ, flautista, amorcito m’o, coge la flauta y acompa–a mi canci—n como tœ sabes hacerlo.

     

      Si uno quiere algo bueno,

      duerma conmigo.

      Que una joven no tiene

      maduro el higo.

 

      Yo le harŽ que disfrute

      como ninguna,

      que en amores no tengo

      rival alguna.

 

LA JOVEN.

      No hables mal de m’, vieja,

      que tœ no vales

      lo que mis tiernas peras

      y mi muslamen.

 

      Porque as’ repintada

      de blanco fuerte

      va a venir a buscarte

      s—lo la Muerte.

 

VIEJA A.

      Ojal‡ que no folles

      nunca en tu cama;

      Pierdas el agujero

      mas no las ganas.

      Que cuando quieras besos

      y estŽs caliente

      s—lo encuentres a mano

      una serpiente.

 

LA JOVEN

      Me he quedado aqu’ sola,

      no est‡ mi madre,

      y ya siento las carnes

      que se me abren.

      Mas sin mi amigo

      tengo ya unos picores

      que no te digo.

 

      A Empalm‡goras llama,

      como tœ sueles,

      por favor, mi nodriza

      que me consuele.

 

VIEJA A.

      Por tu canto sospecho

      que est‡s cachonda,

      esperando a algœn novio

      de tranca horonda.

      Pero te advierto:

      antes tendr‡ tu novio

      que arar mi huerto.

 

As’ que canta todo lo que quieras y as—mate como una co­madreja, porque nadie va a entrar en tu casa antes que en la m’a.

LA JOVEN. Para enterrarme no, por cierto.– No lo esperabas, Àeh,  escoria?

VIEJA A. ÁBah! ÀQuŽ cosa nueva podr’a decirle nadie a una vieja? Mi vejez no va a darte disgusto alguno. Adem‡s Àpor quŽ hablas conmigo?

LA JOVEN. ÀY tœ por quŽ te asomas?

VIEJA A. ÀYo? Le canto a mi amigo Ep’genes.

LA JOVEN., ÀTienes algœn amigo, aparte de Viejales?

VIEJA A. El te lo dir‡, va a venir enseguida.– Mira, aqu’ est‡ ya.

LA JOVEN. No viene precisamente por t’, peste.

VIEJA A. ÁPor Zeus que s’!

LA JOVEN. Vieja t’sica, Žl te lo demostrar‡ enseguida. Yo me voy.

VIEJA A. Y yo tambiŽn, ÔpaÕ chula tœ chula yo.

 

(Se meten dentro ambas.)

 

EL JOVEN. (Llegando.)

En tu cama quedarme sin resuello

ojal‡ yo pudiera, joven bella,

y pasar junto a ti toda la noche

sin tener que tirarme para ello

a una chata, una vieja o una camella;

que adem‡s de algo indigno

es un derroche.

 

VIEJA A. (Asoma de nuevo.)

Pues tendr‡s que tirarte, me barrunto,

a toda aquella que te lo demande

porque tal es la ley y eso es lo justo.

Y si est‡s maquinando algœn asunto

con la joven de enfrente, ten presente

que antes a viejas hay que darles gusto.

(Se retira dentro.)

 

EL JOVEN. Ojal‡, oh dioses, coja sola a la joven que estoy bus­cando, bebido y salido desde hace rato.

LA JOVEN. (Se asoma.) He enga–ado a la maldita vieja: se ha ido, pensando que iba a quedarme dentro. Pero aqu’ est‡ el joven del que habl‡bamos.

 

AcŽrcate, amor m’o, estoy aqu’

sŽ tu mi amante, amor, en esta noche.

Terrible amor me agita y me recorre,

herida estoy de amor, mi amor, por ti.

No me atormentes, Eros, yo te imploro,

no me desgarres m‡s el tierno pecho;

haz que venga este joven a mi lecho,

que por Žl desespero, tiemblo y lloro.

 

EL JOVEN.

AcŽrcate, mi amor, sin disimulo

corriendo baja y ‡breme enseguida

y abr‡zame, que en pago a tu acogida

voy a luchar a golpes con tu culo.

Pero, Àpor quŽ, oh Cipris, me enloqueces?

No me atormentes, Eros, te suplico,

que m‡s vale tener callado el pico

que espantarla con tŽrminos soeces.

Mejor ser‡ un requiebro moderado,

rom‡ntico, meloso, compungido...

Probemos otra vez: mi amor, te pido

que me abras y me acogas a tu lado;

capullito cubierto de roc’o,

mi abeja de la Musa, mi reto–o

de Afrodita, entrŽgame tu co...

Áçbreme ya y abr‡zame, amor m’o!

 (Llama a la puerta de LA JOVEN.)

 

VIEJA A. (Abre su puerta y se dirije al JOVEN.) Tœ, ÀMe est‡s llamando? ÀMe buscas a m’?

EL JOVEN. ÀQuŽ dices?

VIEJA A. Has golpeado mi puerta.

EL JOVEN. Antes morir.

VIEJA A. Entonces, Àpor quŽ has venido con una antorcha?

EL JOVEN. Estoy buscando a Paco.

VIEJA A. ÀQuŽ Paco?

EL JOVEN. A Paco Jones, no a Paco Jertes, como quiz‡ tœ esperas.

VIEJA A. Pues s’ que voy a cogerte, por Afrodita, quieras o no quieras. (Le abraza. EL JOVEN se separa.)

EL JOVEN. Hemos dado carpetazo a los expedientes de m‡s de sesen­ta a–os, los hemos archivado para m‡s adelante. Ahora tenemos entre manos los de menos de veinte a–os.

VIEJA A. Eso era con el rŽgimen anterior, bomboncito. Aho­ra tienen que meternos (Gesto obsceno)  a nosotras las primeras.

EL JOVEN. No entiendo lo que dices: tengo que aporrear la otra puerta.

VIEJA A. Primero tienes que aporrear la m’a (Gesto obsceno).

EL JOVEN. No es un estropajo lo que ahora estoy buscando.

VIEJA A. SŽ que me amas, pero te has quedado cortado al encon­trarme en la puerta. Ven, acerca tu boca.

EL JOVEN. Amiguita, me da miedo tu amante.

VIEJA A. ÀCu‡l?

EL JOVEN. El mejor de los pintores.

VIEJA A. ÀQuiŽn es Žse?

EL JOVEN. El que pinta los vasos funerarios para los muertos. Entra dentro, no te vea en la puerta.

VIEJA A. Ya sŽ, ya sŽ lo que quieres.

EL JOVEN. TambiŽn yo, por Zeus.

VIEJA A. Afrodita, Afrodita, lo que se da no se quita. (Le agarra.)

EL JOVEN. Est‡s chocheando, abuelita.

VIEJA A. DŽjate de tonter’as y vente a la cama. (Tira de Žl.)

EL JOVEN. ÀPor quŽ compramos ganchos para sacar el cubo del pozo cuando podr’amos usar a esta viejecita?

VIEJA A. No te burles de m’, desgraciado, ven conmigo.

EL JOVEN. No tengo obligaci—n si no has pagado a la ciudad el impuesto correspondiente.

VIEJA A. Por Afrodita, s’ que tienes obligaci—n, porque me gusta acostarme con los de tu edad.

EL JOVEN. Y a m’ con las de tu edad me da asco: te vas a quedar con las ganas.

VIEJA A. (Ense–ando un rollo de papiro.) Pues, por Zeus, esto te va a obligar.

EL JOVEN. ÀQuŽ es eso?

VIEJA A. Un decreto que te obliga a venir conmigo.

EL JOVEN. A ver, lŽemelo.

VIEJA A. Ag‡rrate. (Leyendo.) ÒHan decretado las mujeres que si un joven desea a una joven, que no se la pase por la piedra antes de haberse cepillado a la vieja. Y si se niega, las mujeres viejas tendr‡n v’a libre para llev‡rselo a rastras cogiŽndolo del raboÓ

EL JOVEN. ÁAy de m’! Hoy me cortan las dos orejas y el rabo.

VIEJA A. Las leyes est‡n para cumplirlas.

EL JOVEN. ÀY si paga una fianza un vecino m’o o un compadre?

VIEJA A. No hay fianza que valga viniendo de un var—n.

EL JOVEN. ÀNo puedo hacerte un pagarŽ?

VIEJA A. No, hay que cumplir en el acto.

EL JOVEN. AlegarŽ que soy objetor.

VIEJA A. Te voy a poner firme.

EL JOVEN. Entonces, ÀquŽ hay que hacer?

VIEJA A. Venir conmigo.

EL JOVEN. ÀA la fuerza?

VIEJA A. A la fuerza te llevo.

EL JOVEN. Pues vete poniendo la mortaja.

VIEJA A. Seguro que me comprar‡s tambiŽn una corona.

EL JOVEN. S’, por Zeus, una corona de muerto. Pues creo que te vas a quedar en el sitio.

 

(La VIEJA se lo lleva dentro. Sale LA JOVEN.)

 

LA JOVEN. ÀA d—nde te lo llevas a rastras?

VIEJA A. ƒste se viene a mi casa.

LA JOVEN. No est‡s bien de la cabeza. No tiene edad para acostarse contigo, es tan jovencito. Podr’as ser su madre. Si implant‡is esa ley, vais a llenar de Edipos la tierra entera.

VIEJA A. So guarra, la envidia te corroe. Pero mi venganza ser‡ terrible (Entra en casa.)

EL JOVEN. Por Zeus Salvador, quŽ gran favor me has hecho, bomboncito, libr‡ndome de la vieja. A cambio, te voy a hacerte otro favor grande y gord’simo. (Gesto obsceno. Hace adem‡n de irse con ella.)

VIEJA B. (Entrando.) , Àa d—nde la arrastras? Est‡s violando la ley: est‡ escrito que tiene que acostarse pri­mero conmigo?

EL JOVEN. ÁPobre de m’! ÀDe d—nde ha salido este fiambre? Esta peste es peor todav’a que la otra.

VIEJA B. Ven aqu’.

EL JOVEN. (A LA JOVEN.) No dejes que me arrastre, te lo suplico.

VIEJA B. No soy yo quien te arrastra, es la ley.

EL JOVEN. La ley no, es una bruja purulenta y chupasangre.

VIEJA A. Ven de una vez, monada, no charles tanto.

EL JOVEN. Bueno, dŽjame ir a mi casa a ver si me repongo, que se me ha descompuesto el cuerpo. Si no, me lo voy a hacer encima.

VIEJA B. Descuida: que dentro te vas cagar.

EL JOVEN. Temo que m‡s de lo que quiero. (Lo arrastra. Aparece la VIEJA C.)

VIEJA C. Eh tœ, Àa d—nde te crees que vas con Žsta?

EL JOVEN. No voy, me arrastran. Pero, seas quien seas, que los dioses te bendigan por no permitir que me hagan papilla. (Se fija mejor). Heracles, Panes, Coribantes, Dioscuros, es una peste todav’a peor que la otra. ÀQuŽ es esto, por favor? ÀUna mona Ôcon la cara repey‡Õ o una vieja resucitada de los muertos?

VIEJA C. No te burles, ven aqu’.

VIEJA B. No, aqu’.

VIEJA C. (Le agarra.) No voy a soltarte.

VIEJA B. (Le agarra.) Ni yo tampoco.

EL JOVEN. Vais a partirme en dos, malditas.

VIEJA B. Debes venir conmigo, de acuerdo con la ley.

VIEJA C. No si viene otra vieja mas fea todav’a.

EL JOVEN. ÀY si perezco miserablemente por culpa de las dos, decid, c—mo voy a llegar a aquel monumento?

VIEJA C. Eso es asunto tuyo. Pero esto, has de cumplirlo.

EL JOVEN ÀY a cu‡l he de tirarme primero para quedar libre?

VIEJA C. ÀNo lo sabes? Vas a venir aqu’.

EL JOVEN. Entonces, que me suelte esa otra.

VIEJA B. No, ven aqu’ conmigo.

EL JOVEN. Si me suelta Žsa.

VIEJA C. Yo no te suelto, por Zeus.

VIEJA B. Ni yo tampoco.

EL JOVEN. Pero, Àc—mo voy a ser capaz de ventilarme a las dos?

VIEJA C. Lo har‡s en cuanto comas un puchero de cebollas. (Tira m‡s fuerte.)

EL JOVEN. Ay, pobre de m’, ya casi me ha arrastrado hasta la puerta.

VIEJA B. Pues no vas a adelantar nada: yo entrarŽ contigo.

EL JOVEN. No, por los dioses. Mejor es ser acometido por una desgracia que por dos.

VIEJA C. Por HŽcuba, si quieres, como si no quieres.

EL JOVEN. (Declamando.) ÁAy m’sero de m’, ay infelice!, si a una mujer podrida he de joder todo el santo d’a y luego, cuando me libre de ella, a una sujeta que tiene una boca como un pozo sin fondo. ÀSerŽ desgraciado? En verdad soy var—n infortunado y desdicha­do, por Zeus Salvador, si he de nadar con semejantes bichos. Sin embargo, si mientras navego hacia este puerto me hundo con estas putas, enterradme en bocana y a Žsta (se­–ala a la VIEJA C), embadurn‡ndola aœn viva de pez, echando plomo derretido a sus dos pies en torno a los tobillos, ponedla encima de la tumba, a manera de vaso funera­rio–. (La VIEJA C le hace entrar dentro, pese a los esfuerzos de la otra.)

 

INTERLUDIO CORAL (no conservado)

 


 

VI

 

SIRVIENTA. (Llega de fuera. Declamando ante el CORO.) Oh pueblo dichoso, tierra feliz, y mi se–ora m‡s dichosa que nadie y voso­tras, las que est‡is junto a las puertas, y los vecinos y todos los del barrio y yo tambiŽn, la seirvienta, con la cabeza perfumada con perfumes excelentes, por Zeus. Pero a estos perfumes les dan cien vueltas las anforitas de vino de Tasos: porque quedan mucho tiempo en la cabeza, pero los otros perfumes pronto se pasan y se disipan. AquŽllos son mu­cho mejores, much’simo, por las d’osas. Mezcla vino puro: te dar‡ alegr’a la noche entera si eliges el de mejor aroma.‑ Pero mujeres, decidime d—nde est‡ el amo, el marido de mi ama.

CORIFEO. Si te quedas aqu’, me parece que vas a encontrarlo. (Sale BLƒPIRO con corona y antorcha.)

SIRVIENTA. Mira, ya va a la cena. Amo, hombre feliz, tres ve­ces venturoso...

BLƒPIRO. ÀYo?

SIRVIENTA. Tœ, s’, por Zeus, m‡s que nadie. Pues ÀquiŽn po­dr’a ser m‡s feliz que tœ, el œnico de los treinta mil ciudadanos que no ha cenado todav’a?

CORIFEO. Est‡ claro que se trata de un hombre afor­tunado.

SIRVIENTA. ÀA d—nde vas?

BLƒPIRO. Voy a la cena.

SIRVIENTA. Por Afrodita, eres el œltimo de todos. Sin embargo, el ama me encarg— que te cogiera y te llevara all’ con estas jovencitas. (Se–ala al CORO.) Queda aœn vino de Qu’os y otras muchas exquisiteces. Conque no os retrasŽis, y los espectadores que sean amigos nuestros y los jueces del con­curso, si no est‡n mirando  para otra lado, que vengan tambiŽn con no­sotros. Les daremos de todo.

BLƒPIRO. ÀPor quŽ no se lo dices a todos sin saltarte a ninguno? ÀPor quŽ no invitas rumbosamente a viejos, j—ve­nes y ni–os? Ya est‡ preparada la cena para todos (Gui–o al pœblico) ... en vuestra casa. Yo salgo ya para la cena: llevo a punto mi antorcha.

SIRVIENTA. No te entretengas tanto tanto y llŽvate a Žs­tas? Mientras vas bajando a la ciudad, yo, como aperitivo, cantarŽ una can­ci—n.

CORIFEO (Al pœblico.) Un peque–o consejo deseo dar a los jueces: a los sabios, que recuerden las cosas sabias que he dicho y me voten, y a los que se r’en a gusto, que por la risa me voten. Y que no me perjudique el sorteo de las comedias, en el que yo sal’ en primer lugar. DebŽis recordar todo esto y  ser imparciales y juzgar las comedias con justicia y no os portŽis como querindongas que s—lo se acuerdan del œltimo.

SIRVIENTA. ÁHala!, amigas queridas, si vamos a poner en obra nuestro asunto, es hora de salir pitando a la cena. Venga, bailad, tœ mueve tambiŽn los pies.

BLƒPIRO. Ya lo hago.

SIRVIENTA.

Porque habr‡ enseguida muy rico pescado,

rodajas cocidas de raya y caz—n,

torcaces, palomas, mirlos, palominos,

alondras, pichones y un galo cap—n,

alitas de pollo cocidas en vino

con queso rallado y de postre un mel—n.

Conque date prisa, vete a por un plato,

no sea que hoy cenes tan solo purŽ.

Y el pœblico atento que salte y que baile,

que aplauda si quiere y que cene tambiŽn.

 

CORO. (Danzando.)

Porque ya nos vamos, porque esto se acaba,

porque ahora ya toca gritar evoŽ.

ÁEvoŽ, evoŽ, evoŽ, evoŽ, evoŽ!